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miércoles, 11 de enero de 2017

Purita y su mundo (el que la discriminó).- Por Hernán Migoya



Cuando era un viejo adolescente en los años 80, recuerdo que mi firmamento de estrellas pop barcelonesas estaba copado por nombres femeninos de generaciones anteriores, mujeres que marcaban estilo y época en un momento crucial (la transición democrática) con su talento y audacia pública: la progresista, punzante y festiva Guillermina Motta; la hermosa (disculpen que hable de belleza, pero la cultura pop es estética o no es), cultivada y modelo de seny, Teresa Gimpera; la tierna, directa y sexual Montserrat Roig; la temperamental, conservadora y honesta Mònica Randall; la sex symbol, fabulosa eterna y productora de cine, Silvia Tortosa; la actriz hecha a sí misma, bruja y sabia Paca Gabaldón; y, junto a ellas en mi altar íntimo, mi tía Amor Álvarez, que ya se pintaba las uñas de negro antes que Freddie Mercury y que fue un vendaval de modernidad y un símbolo de la libertad sin clases del propio barrio en el que vivía, el Raval, porno puro para los ojos de un niño periférico de familia bien (bien proletaria) con aspiraciones clasemedieras…
Ahora comprendo que en ese grupo de genias e iconos de mi ciudad faltaba otra para completar el panorama real: Purita Campos. Una doble discriminación lo impidió, machista y sectaria: por un lado, Purita era una artista mujer; por otro, era dibujanta de cómics: o sea, lo peor de lo peor en la consideración de la creación artística. Iba a salir perdiendo siempre, se mirase por donde se mirase.
Por tanto, su doble condición marginada nos escatimó su presencia en los medios de masas generalistas: no la pudimos disfrutar como hubiera sido de ley en programas culturales, tertulias televisivas o concursos con famosos.
Dibujante de historietas y mujer.
No debió ser fácil.


SIEMPRE EL GÉNERO.- Hemos crecido asistiendo durante décadas a un machismo incuestionado en el mundo artístico español, al que se suma el desprecio a los géneros, o sea, el clasismo cultural. A partir de los 80 se empezaron a reivindicar los géneros como medios de expresión legítimos (la novela negra, los tebeos de cifi adulta, el cine del Oeste), pero solamente, de modo inconsciente pero también inapelable, los dotados con rasgos de identidad y reclamos masculinos. Nadie discute ya la legitimidad artística de un John Ford, sobre todo porque además es estadounidense: el western USA sedimentó en nosotros, no así el cine de bandoleros o cualquier otra épica autóctona, que prejuzgamos ridícula. Al mismo tiempo, ¡solo recientemente! España ha dado a luz su primera serie televisiva de género fantástico que no provoque risas y burlas motivadas por extraños complejos de inferioridad…
Por todo ello no cuesta tanto creer que, por su parte, la tele, el cine, la literatura, ¡el cómic!, los fenómenos populares “por y para ellas” hayan sido ignorados olímpicamente como cultura legítima por muchas décadas: sexismo y clasismo cultural se aliaron de nuevo. Esas obras han sido consideradas siempre “baja cultura” o ni eso: y por desgracia todavía lo siguen siendo para muchas mentes estrechas, condenándolas a vivir en un limbo ajeno al debate o la apreciación intelectual.


UNA MAESTRA COM CAL.- Tuve la fortuna de conocer a Purita Campos hace más de una década, cuando inicié mi colaboración profesional con la editorial Glénat España, responsable a través de su editor, el adorable mesiánico y campeón de los cómics autóctonos Joan Navarro, del exitoso revival que disfruta Esther y su mundo en los últimos años.
Enseguida conecté con Pura: era una persona que no tenía miedo a opinar ni a hablar sin tapujos. Tenía genio, tenía nervio. Y, por experiencia propia, sé que se puede contar con ella.
Pura es una trabajadora nata, ante todo. Se partió los cuernos trabajando en el momento álgido de popularidad internacional del cómic romántico para adolescentes y no se lo pensó dos veces y se volvió a poner a trabajar como titán cuando vio que Esther y su mundo volvía a ser un fenómeno de masas. Ella sabe lo que el mundo (el de Esther y también el nuestro) le debemos y se ha comportado con la profesionalidad y entrega de una autora puntera surgida en mercados más desarrollados que el nacional: en los últimos años, ya septuagenaria, ha revisado y retocado cada página reeditada de Esther; ha dibujado tres álbumes nuevos; ha proyectado una imagen pública como lo que es: una artista inteligente, sensible y moderna; ha generado y estado a la altura de todos sus clubs de fans y admiradores de su trabajo; ha sido el icono que en los años 70 y 80 no le dejaron ser.
Pura no se ha puesto a llorar ni a exigir el puesto que le corresponde en el olimpo de la historieta española y que le negamos durante décadas: ahora somos nosotros los que debemos restaurarla a ese puesto. Porque se lo merece. Porque si fuese hombre y dibujase con talento equiparable pistolas en lugar de suspiros, caballos alazanes en lugar de gañanes rubiales, niños de posguerra que tienen hambre en lugar de niñas de uniforme que tienen deseos, vísceras derramadas en lugar de corazones inflamados… nadie, absolutamente nadie, rechazaría elevarla al lugar de excepción donde hace mucho tiempo que ya está en realidad.
Lo que pasa es que muchos de nosotros, los que sabemos de cómics, no quisimos saberlo.
Más infame aún nuestro crimen.





NO LE PERDONEMOS LA VIDA A ESTHER: ¡TIENE MÁS MUNDO QUE  NOSOTROS!.-Ahora nos toca homenajear a Purita Campos, pero sobre todo leer sus tebeos. Por favor, no vayamos de condescendientes y paternalistas, no nos pongamos ahora a decir de su obra un “bueno, para lo que es, no está mal”, o “es indudable que marcó una época más ingenua”, o “quien hoy lee Esther mañana puede llegar a leer una novela gráfica ‘seria’…”. Pues no, queridos y queridas lectores, no hace falta buscar coartadas ni contextos jerarquizantes y dogmáticos como en la época de los dominicos. Tomen la encarnación más reciente de esta heroína cotidiana anteriormente conocida como Patty (a fin de cuentas, su público destinatario y horma de producción originales fueron británicos), o sea, la trilogía de Las nuevas aventuras de Esther, y léanla sin recato ¡porque es una obra sensacional en sí misma!
Esta serie no se limita a reunir virtudes meramente estéticas, sería ruin por mi parte reducir sus méritos a eso. Se trata de un folletín maravilloso, un tapiz coral de emociones mundanas elaborado con ambición y sabiduría, narrado con los estilemas de rigor y con una naturalidad para el artificio romántico que invalida cualquier prejuicio elitista.
Sería asimismo injusto no mencionar que detrás de la gran artista que es Purita Campos hay hoy también un gran guionista, corresponsable de la altura con la que vuela la nueva etapa de Esther Lucas: Carlos Portela. Este señor es uno de los pocos profesionales contemporáneos, ya no del cómic español, yo diría que de todas las letras españolas, que posee el instinto y don de la creación popular y, a la vez, la estatura intelectual más exigente.
Portela sirve a Purita unos motivos fabulosos para que ella alce el vuelo y brille, con su grácil sentido de la narración y su deslumbrante universo visual. Un buen western consigue hacer vibrar a todo el mundo con las emociones más primarias. Un buen culebrón también.
Gracias a Purita Campos, todos hoy podemos saber lo que significa ser quinceañeras.
Echando la vista atrás, quizá la única justicia poética sobrevenida después de la triste marginación a que fue sometida Pura por su propio gremio y la prensa consista en que hoy nadie se acuerda del nombre del guionista original de Esther y su mundo.
Yo tampoco, la verdad.


Hernán Migoya es escritor de novelas y guionista de cómics