Por Jessica DeCamp
Cuando Trina Robbins era adolescente, su
madre
le dijo “Ya eres mayor. Los cómics son para niños, así que es hora de que tires
tu colección”. Robbins, obediente, regaló su increíble colección de tebeos a
lxs niñxs de su barrio. De esta manera, Robbins abandonó las historietas hasta
que, años después, le llamó la atención un cómic psicodélico a página completa
del periódico neoyorquino The East Village Other. Le parecía
absolutamente maravilloso y lo firmaba Panzika: una mujer. Eso la impulsó a
colaborar con el periódico con sus propios cómics, cosa que le fue dejando
menos tiempo para su ocupación principal, una boutique de moda en el Lower East
Side.
En el año 1970, Robbins dejó la tienda y marchó
rumbo a San Francisco, donde comenzó a trabajar para el periódico feminista underground It Ain't Me, Babe y a
colaborar con varios periódicos y fanzines. Poco después publicó
la primera
antología de cómics de mujeres, It Ain't Me, Babe Comix. En 1972 creó Wimmen's
Comix, una antología de cómics underground
de mujeres que se siguió publicando hasta 1992, en el que colaboraban
dibujantes de la talla de Aline Kominsky y Phoebe Gloeckner. En el primer
número, Robbins escribió la primera tira cómica sobre una mujer abiertamente
lesbiana, "Sandy Comes Out". Desde entonces ha trabajado también para
editoriales comerciales, siempre desde una perspectiva feminista.
En los últimos años ha centrado su trabajo
en la
investigación de las mujeres dibujantes a lo largo de la historia (A Century
of Women Cartoonists, The Great Women Superheroes, From Girls to Grrrlz); un
homenaje a las grandes olvidadas del mundo del cómic.
Entrevistamos para Érase Una vez... los 70
a
Trina Robbins, la dibujante de cómics más influyente de la escena underground
de Estados Unidos, para que nos contase cómo era el mundo de la historieta
en los años setenta para las mujeres.
¿Cómo te empezaste a interesar por los cómics?
Mi madre era profesora de segundo de primaria y
me enseñó a leer a los cuatro años. Yo leía de todo, incluso cómics. Cada
semana, cuando me daban la paga, iba a la tienda de caramelos de la esquina y
me compraba un cómic —siempre los que tenían heroínas como protagonistas, nunca
súperhéroes masculinos, eso me aburría—.
¿Cómo era la escena de cómics en la que te movías en los setenta?
La escena de cómics underground de San
Francisco a comienzos de los setenta era una especie de club de hombres. Al
principio
solo había dos mujeres dibujando cómics: yo,
y una mujer llamada
Willy Mendes. Las cosas comenzaron a cambiar poco a poco en 1972 cuando un
grupo de mujeres, incluida yo, formaron el Wimmen's Comix Collective. En cuanto
empezó Wimmen's Comix, recibimos propuestas de mujeres de todo el país,
y lentamente se fue creando una red de mujeres dibujantes de cómics. Ahora, por
supuesto, hay más mujeres dibujando cómics que nunca.
¿A qué mujeres admirabas en aquella época?
En el mundo del cómic en realidad no había
mujeres a las que admirar. Conocí a Marie Severin y me habían hablado de Ramona Fradon, pero los cómics que dibujaban no me
interesaban. Admiraba a mujeres que estaban metidas en
política o feminismo como Gloria Steinem, Angela Davis o Betty Friedan.
¿Cómo era el ambiente en el
periódico underground feminista It Ain't Me, Babe, en el que trabajabas en la época?
En ese momento no era consciente de que Babe era
el primer periódico para la liberación de la mujer del país —pensaba que solo
era el primero de la Costa Oeste. La redacción usaba solo sus nombres de pila,
los apellidos eran considerados como "nombres de esclavitud". El
ambiente era bastante relajado y un poco anarquista, con mucha hierba para
fumar. Trabajar con las mujeres de Babe me dio el apoyo moral que necesitaba
para producir It Ain't Me, Babe Comix. Solo me he dado cuenta años
después de lo importante que fue ese cómic. Es una de las cosas de las que más
orgullosa me siento.
La estructura de Wimmen's Comix Collective era horizontal y colaborativa.
¿Estaba ligada esta manera de trabajar a tu ideología en ese momento?
Me alegraba mucho poder trabajar con otras
mujeres después de haber estado solado durante dos años. Las editoras iban
rotando, para que ninguna mujer pudiera dictar las normas ella sola. Cuando nos
conocimos, revisábamos todas las propuestas juntas, y sorprendentemente
solíamos coincidir en cuáles debíamos aceptar.
Sueles acudir con frecuencia a convenciones y
charlas de cómic. ¿Nos podrías contar algún comentario especialmente
emocionante o sorprendente que hayas recibido de tus fans a lo largo de los años?
Tras una convención en Seattle, me tomé un día
adicional para dar una charla como profesora invitada en la clase de cómics de
unx amigx. Después de la charla se me acercó una de las
estudiantes y me dijo que de pequeña había sufrido abusos sexuales y que yo la
había inspirado y fortalecido. Nos abrazamos y acabamos llorando. En otra ocasión fui a Inglaterra a participar en
una mesa redonda sobre cómics benéficos, por StripAIDS USA, un libro
para la concienciación sobre el SIDA que había coeditado. Me atreví a cuestionar un cómic LGBT publicado por la entonces mujer de Alan Moore, porque de todxs lxs autorxs americanxs que habían participado, ni unx solx era gay. Por supuesto, en el momento en el que critiqué algo que tenía que ver con Alan Moore el público se volvió muy hostil hacia mí, pero conseguí mantenerme firme y responder a la hostilidad de manera educada. Esa tarde, en una fiesta, se me acercó un joven gay y me dio las gracias por mis palabras.
Por último, tenemos muchas
ganas de leer tu último libro, Pretty in Ink, en el que das un repaso a la historia de las dibujantes de cómics
estadounidenses de 1896-2013. Mientras tanto, nos encantaría que nos dijeras si hay alguna autora cuya historia te interesó especialmente.
Todas las mujeres sobre las que investigué eran
fascinantes a su manera, pero entre mis favoritas están Nell Brinkley, Tarpe
Mills, Lily Renee y Gladys Parker, que es un caso especial porque tenía dos
profesiones: dibujante de cómics y diseñadora de moda de
éxito.